Dia 7: Disfrutando de Ushuaia como siempre
Arrancamos el primer día en la isla descansando sin apuro por horarios de salida, hoy empezamos con la etapa de recorridos en los lugares donde paramos. Por supuesto que Beto ya estaba en pie cuando abrí los ojos, así que un par de vueltas, un buen duchazo caliente para sacar la modorra, unos matecitos y salimos a comenzar la recorrida.
Como la mañana no pintaba muy de acompañar, bastante nublado y con ganas de lluvia, nos fuimos hasta el centro para buscar un lugar donde dejar la camioneta y comenzar la recorrida. Después de varias vueltas buscando lugar, día de semana y todo el mundo laburando en el centro por lo que estaban casi todos los lugares posibles ocupados, encontramos un espacio en la costanera y comenzamos a caminar tranquilos y mirando el canal que hoy estaba muy apacible. Hay una sensación para mí algo hipnótica en la contemplación del agua rompiendo suave contra las piedras, el sonido cuando chocan las olitas y el olor que completa el cuadro.
Caminando, caminando, llegamos a la Cárcel del Fin del Mundo, visita que ya hicimos en los viajes anteriores pero que Beto no conocía y vale la pena hacerlo. La primera sección se divide entre la increíble historia de los extintos indios Yamanes y la de las diferentes embarcaciones que trazaron la historia del asentamiento penal de Ushuaia, que comienza en la Isla de los Estados pero eran tantos naufragios tratando de llegar los que se producían que lo trasladaron a Ushuaia. Lo que no era mucha la diferencia en las condiciones, sólo un ahorro económico tratando de no hundir mas naves en el intento.
La cárcel tiene esa sensación de imaginarse la increíble vida de los presos en un lugar repleto de nieve y frio glacial, con celdas realmente muy pequeñas donde solo entra una cama, una silla y con suerte una pequeña mesa como en la de Ricardo Rojas, intelectual encarcelado sólo por oponerse ideológicamente al gobierno de facto de la década del '30, a la convivencia con otros presos con antecedentes de lo que puedan imaginar como para llevarlos a un presidio en el fin del planeta. O sea, para darse una idea, a los presos con mejor conducta los mandaban a una choza en el medio de la nada donde llegaba a su final el trencito para cargar leña para la cárcel y el pequeño pueblo, se quedaban meses allí en el desierto blanco absoluto sin nada alrededor mas que nieve. Y eso era un premio. Para tener una idea de la vida a comienzos del siglo XX acá.
Luego de un par de flanes de postre y algún buen café, decidimos seguir la ronda del día a Lapataia, ultimo punto austral donde podemos llegar. Los días anteriores de nieve y algo de lluvia nos ofreció un camino de tierra parecido al chocolate fundido donde la camioneta no podía evitar tirar de la cola fervientemente por tramos. Bajamos para ver el tren del fin del mundo y luego continuar el viaje hasta la bahía, recorriendo los caminos preparados con estructura de madera y algún otro que se bifurca del principal nos deja ir por sobre el barro y el hielo acumulado hasta las castoreras
Al final del trayecto las rocas en la playita donde se puede observar la salida de la bahía entre dos puntos de tierra elevados. Lugar que siempre aprovecho para hacer lo mismo, sentarme sobre la piedra mas lejana donde solo se escucha el sonido del agua golpeando contra la costa en pequeñas olitas y mirar el horizonte de agua, sabiendo que mas allá de donde estamos siguiendo recto el camino sólo queda dar la vuelta y comenzar la vuelta invertida. En pocos kilómetros ya no hay nada mas al sur, solo queda continuar desde el otro lado invertido del camino pero ya ahora sería hacia el norte. Muy loco para mi mente.
Después de recorrer el parque y asomarnos a varios miradores con la impresionante vista de la cordillera tan cercana como pocas veces se puede ver, retomamos el camino de regreso con un firme propósito, comprar todo para la cena de hoy que es partido de la selección y asadito bajo el frio en el chulengo que nos permite el lugar. El que fue preparado por Charly, nuestro asador oficial de siempre con un chori y asado sin hueso patagónico de sabor estupendo, coronando con un corderito que realmente se podía cortar con una cuchara de madera. Un estupendo final para un día estupendo, un Jim Beam de postre que mis amigos me tentaron a comprar en el Super para terminar el día feliz y contento
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